De nuevo una masacre en Antioquia, los campesinos sin tierra, los campesinos asesinados. Toda Medellín violentada y oprimida por las mafias paramilitares.
De nuevo una masacre en Antioquia, los campesinos sin tierra, los campesinos asesinados. Toda Medellín violentada y oprimida por las mafias paramilitares. El actual gobierno dice que “quiere dialogar” con las FARC y que “quiere” la paz; pero pregunto ¿y el resto del país que sigue siendo exterminado por el paramilitarismo, pisoteado por la derecha, esclavizado por la oligarquía, atracado infamemente por la razón instrumental del caos del capitalismo? ¿Qué quieren? ¡Que nos acostumbremos al hecho de que en Colombia es una usanza asesinar al pueblo! Malditos oligarcas, malditos ladrones demagogos de corbata vende patrias, malditos politiqueros arrodillados a los gringos, malditos egoístas neoliberales, malditos todos los que hoy impunemente disfrutan de riquezas, tierras, privilegios a razón de un pueblo empobrecido, masacrado, asesinado. ¿Qué así no escribe un historiador? No me crean tan carajo. Escribo con rabia y dolor, lejos de mi patria, pero no sin argumentos para nombrar a continuación lo que se quiere callar. Malditos godos todos que desde Rafael Núñez hasta Juan Manuel Santos nos han conducido por caminos de muerte.
Hace poco murió a los 95 años Eric Hobsbawm. (Qué bueno aquellos lugares del mundo donde se puede morir uno de viejito y no asesinado, o en todo caso, no porque el sistema privatizado de “salud” en Colombia lo deje morir). Eric Hobsbawm fue el historiador más importante del mundo moderno. Él siempre estuvo atento de Colombia, fue amigo personal de Camilo Torres y de Orlando Fals Borda. En los años ochenta escribió un importante artículo que tituló:Colombia asesina.
Yo sigo en tierras venezolanas discutiendo con los venezolanos qué es susocialismo, pero he querido detenerme un momento para compartir las ideas de Hobsbawm sobre Colombia y para expresar mi juicio —ya no una maldición a los opresores, sino una disertación serena— sobre nuestro país.
En su autobiografía el historiador británico describió sus primeros encuentros con Colombia así:
“El Año Nuevo de 1963 lo pasé en Bogotá. Colombia era un país cuya existencia no parecía conocer casi nadie fuera de Latinoamérica. […] Por aquel entonces Colombia había alcanzado una cota de homicidios espeluznante, por encima de los cincuenta casos por cada 100.000 habitantes, aunque esas cifras palidecen al compararla con el celo de los colombianos por el asesinato a finales del siglo XX. Al escribir estas páginas tengo ante mí los amarillentos recortes de periódico que recogí en aquella época. Hicieron que me familiarizara con el términogenocidio, que los periodistas colombianos utilizaban para designar las pequeñas matanzas perpetradas en las aldeas campesinas y entre los pasajeros de autobuses de línea: dieciséis muertos aquí, dieciocho allá, veinticuatro más allá. ¿Quiénes eran los asesinos y quiénes los muertos? «Un portavoz del Ministerio de la Guerra ha dicho… que no podía darse ninguna información categórica acerca de los autores, pues las veredas de esa zona [Santander] se veían afectadas con bastante regularidad por las 'vendettas' entre los militantes de las fuerzas políticas tradicionales» esto es, el Partido Liberal y el Conservador, a uno de los cuales, como bien saben los lectores de García Márquez, todo colombiano pertenecía desde niño por lealtad familiar y local. La oleada de guerra civil llamada «la Violencia», iniciada en 1948 y oficialmente concluida hace mucho tiempo, había seguido causando la muerte a 19.000 personas en aquel «año tranquilo». […] Lo que era o había sido «la Violencia» no estaba ni mucho menos claro, aunque tuve la suerte de llegar en el momento en que estaba a punto de aparecer el primer estudio importante sobre el tema, a uno de cuyos autores, mi amigo el sociólogo Orlando Fals Borda, debo mi primera introducción a los problemas colombianos. En aquella época quizá prestará más atención al hecho de que el primer estudioso de la «Violencia» fuera un obispo católico, y de que algunas de las primeras investigaciones en torno a sus repercusiones sociales acababan de ser publicadas por un joven sacerdote increíblemente apuesto perteneciente a una de las familias fundadoras del país, un rompecorazones terrible, según se decía, que traía locas a las jóvenes de la oligarquía, el padre Camilo Torres. No fue una casualidad que la conferencia episcopal latinoamericana que unos años más tarde inició la Teología de la Liberación, de tendencias radicales en el ámbito social, se celebrara en la ciudad colombiana de Medellín, todavía conocida entonces por los cárteles de la industria textil y no por los de las drogas. Mantuve varias conversaciones con Camilo y, a juzgar por las notas que recogí entonces, tomé sus argumentos muy en serio, aunque todavía se hallaba muy lejos del radicalismo social que lo llevaría tres años más tarde a unirse a los nuevos guerrilleros fidelistas del Ejército de Liberación Nacional, que aún sigue vivo.[…] Varios años después, a mediados de los ochenta, pasaría algunos días en la que fuera la cuna de la actividad guerrillera, el municipio cafetero de Chaparral, en casa de mi amigo Pierre Gilhodes, que se había casado con una mujer de la localidad. […]Colombia, como escribí a mi regreso, estaba experimentando «la mayor movilización armada de campesinos en la historia reciente del hemisferio occidental, con la posible excepción de determinados períodos de la Revolución mexicana»”
Como ya lo expresé, el escrito que realizó Hobsbawm sobre Colombia, fue un artículo que tituló: “Colombia asesina”, que luego fue publicado en el New York Review of Books en el año 1986. Esencialmente las principales ideas de este trabajo son las siguientes:
“Lo poco que saben los extranjeros sobre Colombia, el tercer país de Latinoamérica y virtualmente el menos conocido, se refiere al tráfico de cocaína y a las novelas de García Márquez.
[…] El país ha sido famoso por su proclividad al homicidio.
[…] Colombia tuvo un sistema partidista nacional antes de tener un estado nacional.
[…] La historia colombiana de los últimos sesenta años, es aquella de una sociedad cuya transformación ha sometido el orden social y político a enormes presiones y, en ocasiones, lo ha resquebrajado. Cómo continúa operando eficazmente en la actualidad, es un gran interrogante abierto.
[…] Durante algún tiempo, parecía que el estado moderno llegaría realmente a Colombia. De hecho, el ritmo y el ímpetu del cambio social resultó, otra vez, excesivo para el sistema social, especialmente para un sistema fosilizado por una clase dirigente cuyo sentido de la urgencia de las reformas sociales había sido atrofiado por una larga trayectoria de eliminación y expulsión de los elementos indeseables para el sistema. En los veinticinco años que siguieron a 1950, Colombia pasó de tener dos tercios de población rural, a un 70 por ciento de población urbana, mientras que la Violencia desencadenaba nuevamente una ola de migraciones de quienes, por fuerza, miedo o decisión, se dirigían a algunos de los muchos lugares donde un hombre y su esposa podían desbrozar un terreno y cultivar lo suficiente para satisfacer sus necesidades, lejos del gobierno y del poder de los ricos. Nueva industria llegó a Colombia, donde actualmente se fabrican carros franceses y japoneses, camiones norteamericanos y camperos soviéticos. Llegaron nuevos productos básicos, en especial mariguana y cocaína, y llegó asimismo el turismo. Nuevos tipos de riqueza y de influencia socavaron la antigua oligarquía. Desde1970, varios hombres que no pertenecían a las antiguas dinastías han accedido a la cima de la política colombiana. […] Las tensiones sociales que anteriormente estallaron en revoluciones espontáneas continúan tan tensas como siempre.
[…] ¿Por qué aparecía tan remota la revolución social? No obstante, aun cuando la guerrilla no constituyera una amenaza real para el sistema tampoco podía ser eliminada por el ejército colombiano de aproximadamente 60.000 hombres. Parecían hacer parte permanente del paisaje, al que los grupos de hombres armados pertenecían tan naturalmente como los ríos. Pero mientras el ejército y la guerrilla se combatían hasta llegar a un tipo de empate en varias zonas rurales, los problemas sociales y políticos de los que la guerrilla es un síntoma, se tornaban cada vez más explosivos.
[…] Es imposible determinar si los asesinatos no políticos, poco reportados por la prensa, han aumentado, pero no hay razón para suponer que la industria de la cocaína, que ha sobrepasado hace tiempo el estadio de la competencia (literalmente) asesina, necesite de muchas muertes. […] Las fronteras salvajes de la libre competencia, tales como la explotación ilícita de las minas de esmeraldas, son más letales –aproximadamente 300 muertos en lo que va de 1986- pero siempre lo son. El sector de auténtico crecimiento es el del terrorismo de derecha. (El subrayado es mío)
[…] Militarmente, las guerrillas no podían ganar entonces, como tampoco lo pueden hacer hoy día, independientemente, de la satisfacción de haber demostrado que el ejército tampoco podía triunfar.
[…] El verdadero problema [del narcotráfico] radica en la desorganización social resultante de toda bonanza en sitios apartados -los niños abandonan las escuelas para ganar sumas inauditas de dinero. […]Los jóvenes solteros se unen a la fiebre de la coca. […] ¿Quién podrá creer de ahora en adelante, que la buena vida consiste en tener una parcela en la selva, un perro de cacería, y un poco de yuca y de plátano? […] La preocupación real es la corrupción universal difundida por una industria que actualmente suministra a Colombia más ganancias en exportación que el café.
[…] Si la cocaína fuera tan legal como el café, la próxima generación de agentes no haría fortunas como las de los primeros. Y de todas maneras, ¿si los gringos toman tan en serio el peligro de la droga, como dicen hacerlo, por qué no rodean los cultivos de mariguana del condado de Mendocino con Paraquat, como lo hacen en la Guajira, y por qué no envían sus tropas a Georgia, como lo hacen en Bolivia?”
En este año, 2012, Steven Navarrete Cardona, estudiante de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, tuvo el privilegio de realizar unas de las últimas entrevistas que concedió Eric Hobsbawm, y entre otras cosas le preguntó:
“Han pasado ya 26 años desde que usted escribió el artículo ‘Colombia Asesina’, ¿cómo ve a Colombia en este momento? ¿Cuál cree que sería la solución definitiva para el conflicto político y social que vive nuestro país?”
Y el historiador le respondió:
“No puedo contestar esa pregunta mejor que usted. Como historiador, que conoce poco acerca de Colombia y que no ha tenido mucho contacto con este país durante varios años, no puedo juzgar bajo qué circunstancias el conflicto armado podría terminar. Un factor que podría dificultar las cosas es el hecho de que Colombia esté de cierta forma aislada en Suramérica por sus cercanas relaciones con Estados Unidos y por no compartir el levantamiento de los gobiernos de izquierda que ahora caracterizan tantos países del continente”.[3](El subrayado es mío)
Además de esta última y valiosa apreciación, Hobsbawm en su autobiografía ya había anunciado una tesis contundente sobre Colombia:
“Colombia era y continúa siendo la prueba de que la reforma gradual del marco de la democracia liberal no es la única alternativa, ni siquiera la más plausible, a las revoluciones sociales y políticas, incluso a aquellas que fracasan o son abortadas.”
Ahora sí, mi consideración.
Colombia es el país del mundo occidental donde se han ensayado al extremo todas las formas de los imperialismos. Colombia es el extraño lugar del planeta donde se han presentado todos los problemas sociales del mundo moderno al extremo. Para resolver las heridas colombianas se tendrían que corregir todos los males que ha acumulado la humanidad en su era del capital. Parafraseando a Hobsbawm podemos decir que Colombia era y continúa siendo la prueba de que el capitalismo burgués no es la única alternativa, ni siquiera la más plausible. Colombia es el país donde más se han ejecutado las formas políticas de la derecha mundial. ¿Cuál es el balance de lo que han hecho con el país los gobiernos conservadores y de derecha en los dos siglos de vida que llevamos? (Cuando hablo de conservadores no sólo me estoy refiriendo al partido conservador, sino también al nefasto partido liberal y a las nuevas expresiones bipartidistas uribistas-santistas, que son la misma carajada, por más que pretendan diferenciar al demagogo Santos del criminal Uribe Vélez) Reitero la pregunta, ¿qué han hecho los gobiernos oligarcas desde Francisco de Paula Santander hasta Juan Manuel Santos? Respuesta: muerte, hambre, corrupción, latifundismo, monopolios del capital, contrabando, mafias, exclusión social, miseria y más muerte.
Termino, una vez más, parafraseando a Eric Hobsbawm.
El factor que podría darle un rumbo distinto a Colombia, un rumbo distinto a la muerte y por el contrario uno que decidiera un camino para afirmar la vida, sería el de tomar distancia radical de los Estados Unidos y compartir el levantamiento de los gobiernos de izquierda que ahora caracterizan tantos países del continente.
¡Ah!, ¿qué la mayoría de los colombianos creen que la solución a sus problemas se encuentra en la misma derecha que ha sido la causante de la muerte? Pues esa “creencia” es ahora nuestro mayor mal.
Termino cantándole a mi patria colombiana, aquella canción que Mercedes Sosa le dedicaría a su patria, en una ocasión desde la lejanía:
Amada mía,
Querida mía,
Ay patria mía.
De tumbo en tumbo,
Se pierde el rumbo de la alegría,
[…]
Defiende tu derecho a la vida,
Y juntos seguiremos cantando.
Será que ya no quieres sufrir más desengaños,
Que vives levantando paredes con miedo a que la luz te haga daño,
Sí ya no vienen llenas tus redes, tampoco hay mal que dure cien años.
[…]
Amor no significa querencia, también se puede amar desde lejos.
[…]
Amada mía,
Querida mía,
Ay patria mía”.
Frank David Bedoya Muñoz
Estado Guárico de la República Bolivariana de Venezuela.
Noviembre de 2012
Movimiento Voces / Escuela Bolivariana del Poder Popular
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