Desde la tarde del 5 de marzo no fluyen las palabras. Los pasos desandan vacíos, la respiración se hace torpe y las fuerzas del corazón decaen. El pensamiento se nubla y nos desorienta. De pronto, sin detener, la lágrima fluye sola en todos los lugares. Surge desconsoladamente en la esquina de los motorizados, llora a gritos en el vagón del tren, la gota lamento corre en llanto de cientos, camina en la calle condolida con todo su asfalto de pesar. Las lágrimas corren estremecidas entre las casas huérfanas, y los bloques conmovidos sollozan de soledad.
Extraño silencio de gemidos de una tierra sola, con su padre ido, con su risa huida, su canto quebrado.
El pueblo existía, claro que existía, pero nunca así, sin hombro donde reposar su dolor. Solo, sin su héroe de todas las culturas quebrantadas. Solo este pueblo de todos los colores, solo con la espada desnuda y llorando.
¡Ay, y ahora qué!
Los enemigos corrieron despavoridos al verlo capaz de destrozar santamarías. Pero el pueblo no los persiguió, para qué, él enfundó su espada. Esa no es hora de pólvora aunque los ojos se queman, arden con la verdad que reseca los latidos. Esta es hora de ángeles transeúntes que deben seguir sus nuevos caminos. Hora del desamparo convocado en alta mar, del suspiro aunado en los silencios.
Escuela Bolivariana del Poder Popular
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