El 3 de febrero de 1992, el presidente de la República de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, en un episodio que simbolizaba lo que las cúpulas del poder político y económico venezolano impulsaban en Venezuela, llegaba proveniente nada más y nada menos que de un viaje realizado a los Estados Unidos y a Davos, Suiza, a fin de participar en el Foro Social Mundial, uno de los espacios predilectos para la imposición de las medidas neoliberales por parte de los países potencia hacia los países subyugados.
A su llegada al país, Pérez recibió información de su ministro de Defensa, Fernando Ochoa Antich, relacionada a “ciertos rumores sobre sospechosos movimientos de tropas”, pero terminó tranquilizando tanto al presidente sobre el control de la situación que el propio mandatario decidió no dirigirse a Miraflores sino a La Casona a descansar, luego de negociar, una vez más, la entrega de nuestro país.
La operación Zamora estaba ya activada y desenvolviéndose, nombre que tendría el levantamiento militar comandado por el teniente coronel, Hugo Chávez Frías. La operación se inició en la tarde del día 3 y estalló en la noche, con la participación de 2.357 jóvenes militares guiados por Chávez, quien se encontraba en el Cuartel Militar de La Planicie. Los participantes pertenecían a 10 batallones de las guarniciones militares de los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Zulia y el Distrito Capital.
Esta insurrección tuvo como protagonista social al pueblo venezolano, sujeto histórico que catapultó las condiciones materiales y simbólicas para que se gestara esta muestra de hidalguía liberadora, hermana de otras rebeliones cívico-militares como el Barcelonazo (junio, 1960), el Carupanazo (mayo, 1962), el Porteñazo (junio, 1962), el Guairazo (1963), y las resistencias estudiantiles, movimientos sociales y de trabajadoras y trabajadores, así como el pueblo en armas que se fue a las montañas a intentar revertir el orden represivo que se anquilosó en la institucionalidad liberal a partir del puntofijismo.
Pero otros protagonistas tienen nombre y apellido, las caras visibles de un movimiento insurreccional que, luego de fracasar en sus objetivos militares y ya con Chávez en prisión, lograron contar un respaldo popular que sobrepasaba el 60% de apoyo.
Estos protagonistas iniciaron en 1983 el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, fundado bajo el pensamiento de Bolívar (a 200 años de su natalicio), Simón Rodríguez y Zamora, siendo la semilla que germinaría el 4-F de 1992, confirmando así las reservas morales de nuestro ejército, con claro rostro de pueblo en armas y con las venas libertarias aún no subsumidas por los gravámenes del imperialismo y sus lacayos nacionales.
Nombres como el de los capitanes Ronald Blanco La Cruz, Antonio Rojas Suárez, Joaquín Suárez Monte, Carlos Aguilera, los mayores Carlos Díaz Reyes, Pedro Pérez López, el sargento Iván Freites, el teniente coronel Yoel Acosta Chirinos, encargado de la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda, en la Carlota, Jesús Ortiz Contreras, quien comandaba el Batallón de Cazadores Genaro Vásquez, el teniente coronel Jesús Urdaneta Hernández, entre otros, fueron comandados por Hugo Chávez desde el Museo Histórico Militar en Caracas. El objetivo principal en la capital era la toma de Miraflores. En Maracaibo, Maracay y Valencia se lograron objetivos claros, y un significativo despliegue en Aragua del Batallón de Paracaidistas José Leonardo Chirino.
Luchadores sociales y grupos estudiantiles universitarios, principalmente en Zulia, Carabobo y Caracas acompañaron la planificación y operación para el logro de los objetivos el propio 4 de febrero.
En este contexto, el entonces estudiante de la Universidad de Carabobo, David Silva, recordó cómo organizaron diversas actividades a finales del año 1991 para sembrar conciencia en la población y prepararla para lo que sería el inicio de una nueva etapa en la historia política de nuestro país.
Con un contexto internacional donde la “Guerra Fría” había llegado a su fin, con el desmoronamiento de la Unión Soviética y el derrumbe del Muro de Berlín, las lógicas establecidas por el capital se impusieron en la geografía planetaria con algunas honrosas excepciones: Cuba.
La aventura guerrerista de EE. UU. por acaparar el control estratégico de recursos clave para el funcionamiento de la maquina capitalista mundial se comenzaba a percibir con la concreción de una invasión a Irak de 500.000 soldados estadounidenses, a fin de supuestamente crear “una fuerza colectiva de la comunidad mundial expresada por las Naciones Unidas. Un movimiento histórico hacia un nuevo orden mundial (…) una nueva cooperación entre las naciones” (George Bush, O.N.U. 1º de octubre de 1991).
Los estados nacionales estaban de rodillas ante las directrices emanadas por el Gobierno de los EE. UU. y por las grandes multinacionales, auspiciadas en las recetas emanadas de multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Las propuestas emancipadoras estaban desdibujadas o sumamente fraccionadas para crear una plataforma que hiciera temblar a las fuerzas de la burguesía. La socialdemocracia estaba adherida al proyecto neoliberal y a la neutralizadora idea del “Fin de la Historia” proyectado por Francis Fukuyama. En este contexto, el Consenso de Washington fue la Constitución Nacional de los países latinoamericanos, gracias a la voluntad súbdita de los Gobiernos de la región.
En nuestro país el fundamentalismo de mercado se expresó en el “Gran Viraje” de 1989 bajo la tutoría del FMI y el Banco Mundial, donde los ministros de economía tenían más poder que el propio presidente, entre otras circunstancias porque estaban puestos por las multilaterales, las multinacionales y los Estados Unidos. Este “Gran Viraje” no era otra cosa que el Consenso de Washington que delineaba e imponía el neoliberalismo en Venezuela. Estas líneas componían, sólo en lo económico, los siguientes puntos:
Disciplina presupuestaria (los presupuestos públicos no pueden tener déficit).
El gasto social se elimina (ya que el gasto público debe concentrarse donde sea más rentable).
Reforma impositiva (ampliar las bases de los impuestos y reducir los más altos).
Liberalización de los tipos de interés.
Un tipo de cambio competitivo de la moneda.
Liberalización del comercio internacional (disminución de barreras aduaneras).
Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas.
Privatización (venta de las empresas públicas y de los monopolios estatales)
Flexibilización laboral.
Desregulación de los mercados.
Protección de todo tipo de propiedad privada, cualquiera que sea su actividad, productiva o improductiva.
En este contexto, el Caracazo de 1989 y la Insurgencia Militar del 4 de febrero de 1992 fueron los gritos de un pueblo que se sublevó ante la represión, las persecuciones, las desapariciones, el empobrecimiento de la mayoría del pueblo, la entrega de nuestros recursos naturales, la corrupción minada en todas las esferas de la vida social, la anulación del relato histórico que nos constituye como nación, la promoción de los valores antihumanos y en contra de la vida, las medidas neoliberales, el manejo del país de una clase cupular privilegiada y sin amor de patria.
Cuando Chávez estuvo ya detenido esa mañana del 4 de febrero, uno de los almirantes que lo retenían le exigió al teniente coronel, una vez se había aprobado su alocución frente al país, que escribiera previamente lo que iba a escribir. Chávez respondió categóricamente con un “no”. Y es que la historia sólo puede ser contada por los pueblos. Ese “no” también representó la negativa de una nación a la venta y empobrecimiento del país. Ese “no” significaría la latencia por seis años esperaría el triunfo electoral de ese Chávez hecho pueblo en 1998.
Por ello el “Por ahora” significaron las dos palabras que anunciaron el fin de un ciclo histórico en nuestro país y el inicio de una era que concibe la vida como esencia. El “Por ahora” ya lleva 14 años de haberse convertido en un ¡Para Siempre!
LaIguanaTv/Escuela Bolivariana del Poder Popular
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