Capriles Radonski: "¡Quién sabe cuándo murió el presidente!"

Tragedia y disculpa fallida

Un político es un hombre de habla pública. Su voz debe sazonarse con una alta dosis de responsabilidad. No es un individuo que se expresa, sino un sujeto que es portavoz de un colectivo o de una ideología. Por lo tanto, debe ser sincero con el auditorio que lo escucha. Pero también la política tiene sus máscaras, por cuanto ella no está prevista sino para satisfacer los oídos de los afectos a las causas que se defienden. Es una ingenuidad pensar que un político ame a todos aquellos que puedan votar por él. Las ideologías son concretas: apuntan a intereses que chocan con otros. Pero ocurre que algunas veces disfrazan sus intenciones con ejercicios de cortesía.

Cuando el actual candidato de la MUD se lanza al ruedo electoral del futuro 14 de abril, dijo lo que quiso decir: que el Gobierno, en combinación con la familia Chávez, escondió el cadáver del Presidente, que había supuestamente muerto el 30 de diciembre del año pasado, para prepararle el camino a Nicolás Maduro a la Presidencia. Y se dirigió no a los chavistas, sino a sus financistas y a sus seguidores. Siguió Capriles el libreto fraguado por el diario ABC de España y por el “exilio” mayamero, que fue asimilado plenamente por su Comando de Campaña.

Está muy claro el candidato oposicionista: una derrota le es inminente. Teme que ni siquiera los votos del 8 de octubre de 2012 les sean fieles, y que la votación de Maduro duplique la de él. Por ello le importa poco el chavismo, al cual mira muy lejano.

La tragedia de Capriles es que votarán chavistas y oposicionistas. Y que deberá hablarle a todos. De allí que le cueste recoger su afirmación (¡Quién sabe cuándo murió el Presidente!). Su descortesía puede significar un tsunami para su desolado paisaje electoral.

La tragedia es un relato fatalista: el héroe no es sino el protagonista de su propia desgracia. Pero este relato tiene otra aberración: el héroe no tiene autonomía; a sabiendas de su destino tiene que resignarse a su abismo. Es el caso patético de Capriles: a regañadientes acepta una candidatura que ya intuye fallida. Sin voluntad para enfrentar su destino.

Por todo lo anterior, es explicable el tono de la campaña del candidato de la oposición. Su habla va dirigida a los convencidos fanáticos de un sector que ha sido alimentado con estereotipos y lugares comunes y que ha hecho suya una ideología sazonada de racismo social (la frase es de Roy Chaderton). Sus verdugos le han exigido mantener un piso básico que permita prorrogar la esperanza a sus seguidores. Y la manera de galvanizar esa fe es a través del insulto, del grito y de vez en cuando diciendo algunas groserías. ¿Programas o planes de gobierno? No, eso no es relevante en la coyuntura que se vive.

Así, pues, esa primera rueda de prensa en la que aceptaba su cadalso no fue improvisada. Más que una rueda de prensa, fue una puesta en escena. Allí se reveló un hombre de teatro. Pero no sabemos quién hablaba, si el actor o el personaje que representaba; es decir, el simulador o el que sabe su destino aciago como desenlace de una obra bien cuidada por sus directores.

Conocen bien los impulsores de la candidatura de Capriles (los de aquí y los de allá) que no se enfrentan a Maduro, sino al chavismo. Lamentablemente muy tarde comprendieron que esta fuerza política no es una masa amorfa, que plenaba los actos de su líder por el afán clientelar, sino un movimiento de solidez ideológica, lo que hace impermeable cualquier intento de persuasión oposicionista. Por ello su propósito es salvar lo poco que queda.

Inaugurarse insultando a la familia Chávez (a los Chávez Frías, a los Chávez Colmenares y a los Chávez Rodríguez) resulta coherente con un libreto que tiene como antecedentes los artículos del ABC, de El País (de España), del New Herald y la celebración de la muerte del Presidente por los habitués de El Arepazo de Miami. ¿Para qué esconder los odios…?

Pero el teatro político de Capriles es complejo. El actor y el personaje deben algunas veces rebelarse rompiendo la heterodoxia del relato. Cuando insulta es el personaje titiritado, cuando se disculpa es el actor que debe navegar en la aporía: decir sí al país, pero diciendo no al auditorio que lo alimenta. Y para desarrollar esa figura contradictoria pide disculpas, sin aspirar a que lo disculpen. En definitiva cuando insultó, quería complacer a su público.

Nada más apropiado aquí que un brevísimo paseo teórico por la noción de acto de habla, del filósofo inglés John Austin: “Decir es hacer”, ha dicho. Cuando hablamos no solo proferimos palabras, transmitimos deseos e intereses. El acto de disculparse es una acción que quiere reparar una ofensa contra alguien. Requiere de una condición: la sinceridad y la conciencia de que hemos infringido daño a quien le pedimos disculpas.

Los actos proferidos por Capriles contra la familia Chávez son de dos tipos: la ofensa y la disculpa. El primero con su ya conocida frase. Fue sincera porque estaba dirigida a complacer a su audiencia, y a fortalecer el libreto que supuestamente iba a producir la desafección de la gente que ama a Chávez en virtud de la supuesta canallada que al unísono Gobierno y familia hubiesen perpetrado. La contradicción discursiva surge cuando el referido político quiere disculparse diciendo: “Pido disculpas por no haber insultado a la familia del Presidente”. Con esa aporía quiere estar bien con sus fanáticos seguidores y con el chavismo, al que quiere conquistar, pero al que, muy conscientemente, lo sabe inaccesible.

Tragedia y disculpas fallidas se dan la mano aquí. Muy consciente está Capriles de que no va a una elección, sino a un suicidio. Pero lo trágico está en que no tiene ni siquiera el derecho a la tristeza de todo moribundo. Debe gritar, chillar… para simular vida.

Uno intuye algún significado en la ostentosa sonrisa de Henry Ramos Allup, cuando celebra la subida de tono del discurso de Capriles. Parece una ironía más que alabanza.

CELSO MEDINA Poeta, ensayista y profesor universitario
medinacelso@gmail.com

CiudadCcs/ Escuela Bolivariana del Poder Popular

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