JEFFREY ST. CLAIR / COUNTERPUNCH – Está casi anocheciendo el 26 de noviembre del 2010. Más de 25 mil personas se congregan bajo una lluvia ligera en Pioneer Square, en el centro de Portland, Oregón, para presenciar la iluminación del árbol de navidad, un abeto de 100 pies de altura proveniente del Bosque Nacional Willamette.
Tres hombres acaban de comer una pizza en el cuarto de un hotel de la zona. En el canal local de televisión hay un programa navideño. Los hombres colocan toallas en el suelo y dicen sus plegarias islámicas pidiendo que Alá bendiga su operación. Los hombres se dan palmadas en la espalda, dejan la habitación y caminan hacia el vehículo, un van blanco.
Uno de los hombres, es un adolescente llamado Mohamed. Los otros dos son mayores. Uno se llama Youssef. El líder del grupo es un hombre cincuentón, al que se lo conoce como Hussein, un fabricante de bombas para Al Qaeda. Ha hecho explosivos durante tres décadas. La operación que van a hacer ahora consiste en una bomba de gran alcance en el corazón de Portland, y su planeamiento lleva más de tres meses.
Hussein abre las puertas del vehículo y se ubica al volante. El joven Mohamed, que lleva un casco, se sienta al lado. En la parte de atrás de la camioneta hay seis bidones azules de 55 galones conteniendo casi 2 mil libras de explosivos hechos en base a fertilizantes. Cada bidón tiene un dispositivo de explosión. Están conectados por un cable detonante, el que va hacia un conmutador de palanca.
Cuando Hussein conduce el vehículo, que apesta a diésel, y se mete en el tráfico, comienza a cantar en voz alta en árabe. Hussein estaciona en la calle Yamhill, justo al frente de Pioneer Square. Le ordena a Mohamed que inicie el armado de las bombas con el conmutador de palanca.
Los dos hombres se bajan del vehículo y caminan rápidamente por la calle Broadway y luego toman la avenida 10, donde Youssef los espera en un SUV. Conducen hasta la estación de trenes de Portland, donde dejan a Youssef y luego estacionan el vehículo un par de cuadras más allá.
Hussein murmura “Allahu Akbar” (Alá es lo más grande). Luego dirigiéndose hacia su joven acompañante le pregunta: “¿Listo?”. Mohamed asiente con la cabeza: “Listo.”
El fabricante de bombas le pasa un teléfono celular a Mohamed. El teléfono se supone que activará la bomba. Lee un número. Mohamed, agitado, marca los dígitos en el teléfono. No hay ninguna explosión.
Hussein sugiere que la señal debe ser débil y que deben descender del vehículo. Los dos hombres bajan y Mohamed vuelve a marcar el número. El teléfono comienza a sonar. Luego, docenas de voces irrumpen en la tensa escena, gritando “¡FBI! ¡FBI!”. Se les ordena a los dos hombres que se tiren al suelo. Mientras Hussein es esposado, lucha contra los agentes federales y exclama “¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar!” Cuando Mohamed le escupe a un oficial, Hussein dice “Eso me gusta”.
Pareciera que los agentes federales llegaron en el momento exacto. La oportuna intervención interrumpió un sofisticado complot terrorista y salvó miles de vidas inocentes. Los conspiradores han sido atrapados y enviados a prisión: otro día triunfante en la batalla para proteger la patria de las células terroristas de Al Qaeda.
Pero, espera un minuto… prácticamente todos los elementos de este escenario son falsos. El teléfono celular no estaba conectado al conmutador. Los cables detonantes no estaban conectados al dispositivo de explosión. Los bidones azules no contenían un explosivo hecho con fertilizantes. Mohamed no era un miembro de Al Qaeda. De origen somalí, era un exestudiante conflictivo de Beaverton, Oregón, el pueblo de la empresa Nike. Youssef no era un miembro de Al Qaeda; Hussein no era un experto fabricante de bombas de Al Qaeda. Youssef y Hussein no fueron arrestados en realidad, y ninguno fue acusado de complotar con fines terroristas. Youssef y Hussein eran agentes federales.
El complot de bomba no fue una idea de Al Qaeda. Fue ideado por el FBI. El joven Mohamed Mohamud no buscó a los conspiradores para poner una bomba; ellos lo buscaron a él y lo invitaron a unirse a la conspiración. El adolescente no construyó la bomba. La bomba era falsa y en realidad fue hecha por John Hallock, el que posteriormente testificó que diseñó el dispositivo para lograr “el máximo de los efectos”. Mohamed no eligió el sitio de ataque. La orden de activar el dispositivo vino de un agente federal. La orden de detonar la bomba también provino de un agente federal. Desde la concepción hasta la ejecución del plan, el tristemente célebre “complot con explosivos en el árbol navideño de Portland” fue obra del FBI.
Sin embargo, Mohamed Mohamud fue detenido, se le presentaron cargos de conspiración y terrorismo federal, y se le sometió a un juicio durísimo en enero en el que fue hallado culpable de todos los cargos por un jurado que deliberó menos de seis horas.
Después de la lectura del veredicto, agentes del FBI y los fiscales federales festejaron su triunfante operativo, haciendo alarde que limpiaron las calles de yijadistas peligrosos. Pero este no fue un operativo gubernamental. Fue un caso claro de cómo tender una trampa, en el que agentes federales reclutaron para un complot con explosivos ficticios, armado por ellos mismos, a un joven alienado —cuyo único antecedente legal previo había sido una acusación sin pruebas de violación de una joven durante una cita, en el primer año de universidad.
Nuestro gobierno fantasea cada vez más sobre poner bombas dentro del territorio nacional. Este es el sexto caso de invención de un complot con explosivos que apunta a capturar a individuos desafortunados, a menudo, alienados, que no eran terroristas hasta que fueron atraídos a participar en un plan ideado por la propia agencia del gobierno. Entonces, ¿cuál es el propósito de estas operaciones? ¿Capturar a un puñado de jóvenes musulmanes descontentos? ¿Tratar de que los estadounidenses de los suburbios se sientan más seguros?
Difícilmente sea eso. El propósito es generar miedo. El gobierno necesita mantener al público en un estado de ansiedad y terror para justificar sus poderes cada vez más ilimitados.
Entonces, Mohamed está en la cárcel; la Constitución, hecha trizas, y el miedo es la orden del día.
CONTRAINJERENCIA / Escuela Bolivariana del Poder Popular
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