Los palestinos han sido terminantes en su análisis de los recientes comicios israelíes, de los cuales emergió menos ganadora de lo que esperaba la coalición de ultraderecha Likud-Yisrael Beitenu, del primer ministro Benyamin Netanyahu: todo sigue igual.
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Esa conducta expansionista de las autoridades y de vastos sectores israelíes solo resulta sorprendente para quienes se aproximen a la política de Tel Aviv desde un enfoque coyuntural, sin tener en cuenta la esencia que anima a ese Estado desde su fundación y los preceptos teológicos que le dan ánimo.
Entre esos conceptos, el más sobresaliente y peligroso por sus implicaciones es la recreación del Gran Israel, la tierra prometida por Dios a Abraham según el Génesis, que abarca desde las riberas del Nilo hasta las del Éufrates, comenzando por supuesto en Palestina.
Hablar de semejante aspiración en la actualidad sería un delirio político, por demás peligroso, pero, en el caso de Palestina, la impunidad está asegurada y Netanyahu lo sabe, lo que explica la publicación de licitaciones con vista a construir más de seis mil viviendas para inmigrantes judíos en la Cisjordania y el este de Jerusalén.
La medida constituye un desafío a la legalidad internacional y provocó que cancillerías europeas citaran a los embajadores israelíes a fin de expresarles el desagrado por la autorización para las construcciones, pero tal y como calcularon las autoridades en Tel Aviv, las convocatorias no pasaron de un gesto formal, sin mayor trascendencia en el plano práctico.
Anunciadas como represalias por la elevación en la Organización de Naciones Unidas del estatuto de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a la condición de Estado no miembro, las construcciones cumplen el objetivo estratégico de aislar a Jerusalén, donde esa situación se repite desde principios de la década de los años 80 del siglo pasado. Como se recordará, Israel anexó la ciudad y la proclamó como su capital eterna e indivisible sin que hubiera una reacción internacional que obligara a Tel Aviv a volver sobre sus pasos.
En ese contexto, las elecciones anticipadas en Israel del pasado 22 de enero constituyen una maniobra para santificar una conducta que está presente en las principales agrupaciones del escenario del país, incluidas aquellas que son caracterizadas como centristas por capricho semántico que por diferencias sustanciales de sensibilidad política o análisis de plataformas.
Aunque inesperado hasta cierto punto, el descenso en la preferencia de los sufragantes de la principal fuerza electoral, la coalición Likud-Yisrael Beitenu, los 31 asientos obtenidos de los 42 que se proponía, no introduce un cambio sustancial en el tema de las paralizadas negociaciones con los palestinos.
Prueba de ello es que la sorpresa de la liza, los 19 escaños del partido Yesh Atid, del magnate Yair Lapid, apunta más a insatisfacciones por el curso de la economía que a presiones para encontrar un terreno común con los palestinos, acorde con los compromisos contraídos a principios de la década de los años 90 del pasado siglo.
Presentado como liberal, una orientación cada vez más difusa en Israel, Lapid emergió a la política con la promesa de anexar el 60 por ciento del territorio de la Cisjordania, un enunciado que es preciso tomar en cuenta en las actuales circunstancias.
Por ese sendero transita Naftali Bennett, líder del partido Habait Haiehudí (Casa de los Judíos), con 12 asientos, antecedido por los Laboristas, 15, que parecen estar próximos a la extinción, como esas especies debilitadas de las que cada vez quedan menos ejemplares, víctimas fáciles de sus depredadores.
Ninguna de esas agrupaciones lleva en su programa propuestas concretas de paz con los palestinos, por el contrario, son "los partidos más fanáticos y racistas que están de acuerdo en mantener la ideología sionista basada en la ocupación", al decir del portavoz palestino Fawzi Barhum.
Pero hay una arista más peligrosa aún, presente a lo largo de la campaña electoral de Netanyahu: la sistemática amenaza de lanzar una agresión militar de gran magnitud contra la República Islámica de Irán, a pesar de las advertencias en sentido contrario de sectores militares y de la inteligencia.
Apoyándose en la hostilidad estadounidense, el primer ministro israelí aseguró que el principal objetivo de su próximo mandato será "erradicar la amenaza de una bomba atómica iraní", mirada con una mezcla de aprensión y complacencia por Estados Unidos.
Quedan pocas dudas de que en caso de la conflagración que desataría tal acto, Washington se involucraría del lado de Israel, con lo cual podría confirmar el bíblico del día del Juicio Final y el de Nostradamus, quien aseguró que el Apocalipsis nacería en Jerusalén.
Aunque con una diferencia sustancial: en un caso semejante, los justos no serían recompensados con las bienandanzas de la gloria, sino existe la posibilidad real de que un número inmenso de seres humanos arderíamos en las llamas de un infierno en la tierra.
PL/Escuela Bolivariana del Poder Popular/Escuela Bolivariana del Poder Popular
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