Frente a la casa de Robert Serra 01:07am del 2 de octubre

En este momento en el que pienso en Robert como uno de esos estudiantes que junto a mí y mis compañeros salimos a la calle a dar el debate por la no concesión a RCTV, cuando pienso en él como uno de mis contemporáneos, como parte de mi generación, algo se me atraganta en la gargantaEmily Caro

Estaba trabajando ese día y me toco ir a cubrir la noticia de su asesinato junto a otros colegas periodistas, al llegar al lugar me quede sorprendida, grata y tristemente sorprendida, pues cuando buscábamos la casa imaginábamos una quinta, pero no, en una de las esquinas del barrio La Pastora estaba su casa, sencilla como él. Una casa modestamente pintada en dos tonos, blanco y rojo.

Había gente y policías por todas partes. Diputados, estudiantes, ministros, vecinos, cuerpos de seguridad de todo tipo, periodistas, más vecinos, gente del partido y de su equipo político, todos hacían una sola masa de gente que esperaba con dolor y con rabia que los profesionales del CICPC sacaran el cuerpo de Robert y María (quien fue una de sus mejores amigas y madrina de religión).

Toda esa masa de personas rejuntada, apuñada, unida, estaba en silencio, era un pre-velorio aquello, la comunidad los despedía de su casa. El silencio acabó cuando salieron los del CICPC cargando los cuerpos para llevarlos hasta la temida furgoneta a donde van a parar solamente los asesinados, su nombre se escuchaba en todas las bocas: ¡Robert vive! Era casi un coro aquello, yo seguía sumida en mi asombro y mis consternación, lo estaba viendo todo, pero incrédula ante aquello no fui capaz de sumarme al coro de quienes gritaban su nombre.

Tenía que hacer alguna entrevista, en la oficina me esperaban para armar la noticia. Pero ninguno de mis compañeros que también cubrían el hecho (excepto Madelein García de Telesur), se atrevió a faltarle el respeto a los que lloraban. La gente le gritó y la abucheó, yo de soslayo la mire con prejuicio, o ella era muy profesional en su trabajo o yo una tonta, novata sensible. Al final me anime a llegarle a Pedro Carvajalino a quien entreviste, fue mas bien una conversa, luego una muchacha y otro chico se animaron a opinar también y con eso salvé mi noticia y mi quincena.

Estar en esa escena del crimen, tan inusual en mi país, me hizo sentir parte de un capítulo de esas novelas de Pablo Escobar. El tufo a paramilitarismo se sentía en todas partes. Y eso lo comentaban los más experimentados en historia y los mas viejos, también yo sentí ese hedor desde el mismo momento en que llegue al sitio.

Una preocupación me sigue como un fantasma desde esa noche, ¿será esta la continuación de un nuevo y aterrador capítulo que empezó con el asesinato de Eliezer Otaiza? Pero mi preocupación aumentó cuando leí al expresidente colombiano, hoy secretario general de la Unasur, Ernesto Samper, hacer pública su opinión; él manifestó que el asesinato del diputado eran indicios de que el paramilitarismo había ingresado a Venezuela, a mi criterio hace tiempo que eso pasó, y como el pueblo siempre va un paso adelante de los políticos, aquella declaración a mi parecer era el anuncio de que mas bien el paramilitarismo ya empezaba a activar sus planes, sus tácticas y sus estrategias.

Robert es un punto clave para la juventud venezolana, la derecha primero jugaba a querer provocarnos para que saliéramos a la calle a enfrentarnos con las guarimbas, ahora quieren jugar a sembrar el miedo. Se olvidan que ante un 11 de abril el pueblo se hizo soldado y a pesar del plomo y la canalla mediática nadie se rajó, todo el mundo echó pa'lante desde su espacio y su trinchera, me pregunto qué les hará creer que 12 años después vamos a acorbardanos, después de tener tanto camino avanzado.

Cierta es aquella frase: ténganme más temor vencido que vencedor. El golpe que hoy nos hace doblar de dolor nos recuerda la naturaleza de quienes, a toda costa, quieren volver al poder. En eso solo podrán fortalecernos. Se les olvida que sabemos lo que es estar bajo el yugo de la desigualdad y de la servidumbre. Se les olvida que si hay un lugar al que no queremos volver, es a la Venezuela de los '80 y los '90. Se les olvida que si hay alguien que sabe el costo que tendría retroceder, esos somos nosotros.

Lloremos todo lo necesario, que llorar establece un mar de diferencia entre ellos y nosotros, pero si hoy nos toca juntar lágrimas, que no se olviden que también sabemos juntar el puño para hacer de nuestros brazos uno solo, de manera que cuando golpeemos nada se nos hará inderrotable.

EL CAUDAL ENCANTADO / Escuela Bolivariana del Poder popular
@prensa_ebpp

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