La entrada a sangre y fuego del Ejército y de efectivos de la Policía egipcia en dos campamentos de seguidores de Mohamed Morsi y la represión de las protestas causaron un número impresionante de muertos, hasta seiscientos según los Hermanos Musulmanes, y una lista interminable de heridos. Posteriormente, la Presidencia interina decretó el estado de emergencia para tratar de sofocar las movilizaciones, que se extendieron por varias provincias. De esta forma, el Gobierno salido del golpe de estado del 3 de julio recupera una herramienta que ya estuvo en vigor de forma permanente durante más de tres décadas -desde 1981 hasta 2012-, con la excusa de la «lucha contra el terrorismo», y que conlleva la suspensión de un buen número de derechos fundamentales, como el de poder hacer huelga, celebrar actos políticos o el de ser asistido por un abogado en caso de ser detenido.
Este es el balance de una jornada trágica en un país donde la democracia había sido «restituida» por los militares, según sostuvo hace apenas unos días John Kerry, secretario de Estado del Gabinete de Barack Obama. Y es que esta masacre no habría sido posible sin la complicidad de las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos, que lleva años tutelando a las fuerzas armadas egipcias, pero también por unas instituciones europeas que no han hecho nada en contra de la asonada militar. Más bien al contrario. En este sentido, las declaraciones de la Casa Blanca condenando lo ocurrido ayer, y de la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, pidiendo a «todas las partes» que eviten la violencia, cuando una de ellas sigue haciendo recuento de sus víctimas, dan la medida del cinismo que impera en este tema.
El Ejército egipcio ha cerrado el círculo y ha devuelto al país árabe, referencia de ese movimiento que algunos creyeron primaveral pero que se marchita a pasos agigantados, al punto de inicio. Son los uniformados quienes gobiernan, como siempre, y lo hacen como solo lo puede hacer la institución que representan, de forma dictatorial y violenta. Llegados a este punto, con el presidente secuestrado y sus segui- dores siendo masacrados, es imposible rescatar el espejismo de la democracia. A Egipto le aguarda un oscuro futuro.
GARA / Escuela Bolivariana del Poder Popular
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